Apenas me ha dado tiempo para deleitarme con el lento caer de la cera cuando otra vela cerca de mí desea ser encendida. Siento como me llama, como invoca a su fuego creador para que la consuma. E, inevitablemente, ceso mi amarga contemplación y le doy vida.
Pero esta luz es especial, distinta. Esta luz quiere acabar con las tinieblas de mi rincón e iluminar hasta el más oscuro recodo de mi demente cerebro. Es osada, si. Pero dudo que lo consiga.
No obstante, somos ya cuatro llamas las que ardemos solo para paliar las necesidades e inquietudes de nuestras martilleantes e incansables mentes. Y ha tenido que ser la última de nosotras la que primero empiece a consumir una de sus velas.
Ese mundo que ahora muestra es muy interesante. Dejemos que nos los enseñe.
sábado, 6 de junio de 2009
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