La sangre resbalaba sobre los muslos de Nikki. El dolor sólo era superado por el placer. Sam Callaghan la penetraba como un cuchillo. Cada vez más profundo y doloroso. Una puñalada en la oscuridad. Pero Sam era demasiado Sam para decirle que no. El quarterback perfecto, el estudiante modelo, el compañero ideal y el no tan experto amante, aunque Nikki no podía saberlo. En aquel preciso instante, el tiempo se detuvo, el mundo se calló, el viento dejó de soplar y los jodidos astros dejaron de dar vueltas alrededor de lo que fuera que dieran vueltas. En aquel preciso instante, a los dieciséis años y dos meses de edad, Nikki Bell perdió la inocencia.
Había escapado horas antes de la residencia de chicas St. Alexander y el regreso se perfilaba casi tan peligroso como la huída. Las monjas -o las putas como ella prefería llamarlas- parecían tener un sexto sentido. Eran capaces de escuchar un alfiler caer a varias habitaciones de distancia. Por suerte, Nikki no era un alfiler. Con su sigilez felina se deslizó ventana adentro y se introdujo en la cama. Lloró, aunque jamás supo si por el punzante escozor en su entrepierna o por los recuerdos que el olor a sangre le trajeron a la memoria.
Cuando el sol se alzó en el horizonte, Nikki apenas llevaba un par de horas dormida. Unos nudillos huesudos golpeaban la puerta de la habitación. Se trataba de la hermana Isabella, lesbiana y, por lo que decían, toda una acróbata lingüista. Eso explicaría la misteriosa y permanente sonrisa de la hermana Evellyn.
-¡Nikki! ¡Tienes visita!
Una mujer ciega entró en la habitación. Con alguna que otra dificultad, logró sentarse en la cama y acarició el ensortijado cabello de la joven.
-¿Podría dejarnos un momento a solas?
La hermana Isabella cerró la puerta y se alejó.
-Hola, Nikki.
La chica, aún adormecida, no contestó.
-He venido a buscarte.
-¿Quién eres?
-Soy la tenue luz al final de tu túnel. Puedo sacarte de aquí. Puedo darte una vida mejor que la que te dio tu padre.
-Ni se te ocurra volver a mencionarlo. -Nikki parecía enfadada.
-Está bien, como desees. No quiero hacerte ningún daño. Al contrario. Tengo un lugar preparado para ti en el mundo. Dime que sí, y te daré toda la felicidad que no has tenido durante estos últimos doce años, desde la muerte de tu madre a manos de la zorra de Mamba Negra.
Y entonces Nikki recordó. Se trataba de aquella inquietante mujer con un parche en el ojo derecho en el entierro de su madre. Cómo perdió el otro, era un misterio. ¿Pero qué coño quería Elle Driver de la hija de Vernita Green?
Había escapado horas antes de la residencia de chicas St. Alexander y el regreso se perfilaba casi tan peligroso como la huída. Las monjas -o las putas como ella prefería llamarlas- parecían tener un sexto sentido. Eran capaces de escuchar un alfiler caer a varias habitaciones de distancia. Por suerte, Nikki no era un alfiler. Con su sigilez felina se deslizó ventana adentro y se introdujo en la cama. Lloró, aunque jamás supo si por el punzante escozor en su entrepierna o por los recuerdos que el olor a sangre le trajeron a la memoria.
Cuando el sol se alzó en el horizonte, Nikki apenas llevaba un par de horas dormida. Unos nudillos huesudos golpeaban la puerta de la habitación. Se trataba de la hermana Isabella, lesbiana y, por lo que decían, toda una acróbata lingüista. Eso explicaría la misteriosa y permanente sonrisa de la hermana Evellyn.
-¡Nikki! ¡Tienes visita!
Una mujer ciega entró en la habitación. Con alguna que otra dificultad, logró sentarse en la cama y acarició el ensortijado cabello de la joven.
-¿Podría dejarnos un momento a solas?
La hermana Isabella cerró la puerta y se alejó.
-Hola, Nikki.
La chica, aún adormecida, no contestó.
-He venido a buscarte.
-¿Quién eres?
-Soy la tenue luz al final de tu túnel. Puedo sacarte de aquí. Puedo darte una vida mejor que la que te dio tu padre.
-Ni se te ocurra volver a mencionarlo. -Nikki parecía enfadada.
-Está bien, como desees. No quiero hacerte ningún daño. Al contrario. Tengo un lugar preparado para ti en el mundo. Dime que sí, y te daré toda la felicidad que no has tenido durante estos últimos doce años, desde la muerte de tu madre a manos de la zorra de Mamba Negra.
Y entonces Nikki recordó. Se trataba de aquella inquietante mujer con un parche en el ojo derecho en el entierro de su madre. Cómo perdió el otro, era un misterio. ¿Pero qué coño quería Elle Driver de la hija de Vernita Green?
Wow, siempre quise saber si Nikki iba a cobrar venganza por la muerte de su madre... y ahora, ver que lo puede lograr con Elle Driver... OMG, quiero saber que más va a ocurrir, jejeje.
ResponderEliminar