viernes, 3 de julio de 2009

Crossover - Eclipse - Capítulo 1 de 13




Crossover entre Smallville, True Blood y Doctor Who.


-Vamos, Smallville. Esto es la gran ciudad. No puedes ir como ibas por tu pueblo.
Clark forcejeó con Lois y logró quitarle sus manos del volante.
-¡Lois, déjame conducir en paz! ¿O es que quieres que nos matemos?
-Clark, hace ya cuatro minutos desde que oímos el aviso por radio –dijo levantando el aparatoso receptor por el que cogían la frecuencia de la policía-. Los del Inquisitor siempre llegan en seis minutos y la policía de Metrópolis en siete. O consigues que este trasto llegue allí en menos de uno o perderemos de nuevo la exclusiva de la noticia.
Si no me hubieras obligado a acompañarte hace ya rato que hubiese estado allí, respondió para sus adentros.
Algo menos de dos minutos después, un Nissan negro derrapó sobre un oscuro y maloliente charco antes de pararse frente a la puerta de un viejo almacén. Antes de que el motor se hubiese apagado, Lois Lane ya salía a toda prisa hacia el interior de aquel destartalado edificio. Clark Kent no tardó en seguirla.
Pero cuando ambos observaron lo que había allí, una misma idea cruzó sus cabezas: quizás deberíamos haber dejado que la poli hubiese llegado primero.
En mitad de aquel viejo almacén, el cuerpo desnudo de un hombre mayor yacía suspendido en el aire por varias cadenas que tiraban de sus miembros. Su maltratado cadáver tenía severos cortes por todos lados y su cara aún mostraba el inmenso dolor de su tortura.
Pero eso no era todo. Había algo peor. Algo que no podía pasar desapercibido, por desgracia.
“YO PIERDO, TÚ PIERDES. AHORA SERÁS UNA VERDADERA REINA Y YO LA ÚNICA BELLA”.
Quienquiera que fuese aquel homicida había escrito con enormes letras carmesíes el por qué de aquel asesinato., aunque fuese un acertijo imposible de adivinar.
Petrificada por la visión, el receptor de radio se resbaló entre los fríos dedos de Lois y cayó al suelo. Y su eco pareció oírse por toda la ciudad.
-Clark...
Acertó a decir la periodista tras unos interminables segundos de silencio.
-Clark...
Repitió.
Pero Clark Kent estaba igual de atónito que ella. Los crímenes en Metrópolis, aunque brutales, encajaban siempre dentro de un patrón de comportamiento o recompensa. Alguien mataba como vía para conseguir algo, y la violencia del crimen era fiel reflejo de la resistencia opuesta y el deseo por lo que se codiciaba. Sin embargo, no hacía falta ser psicólogo forense para adivinar que ese asesinato se salía del molde.
Aquello había sido puro, salvaje y macabro entretenimiento. Y ya hacía mucho tiempo que algo así no ocurría en la ciudad. No desde que llegó él. No desde que él cuidaba de sus ciudadanos.
Pero esa noche, por alguna razón, había fallado. Y no podía perdonárselo.
-Clark –Lois le asió del brazo e intentó sacarle de su ensimismamiento-. Clark, tranquilo. Si estamos aquí es para ayudar a que cojan al desgraciado que ha hecho esto –dijo la periodista tratando de sobreponerse al problema y mantener una actitud tranquila-. Si quieres vomitar o llorar, hazlo. No debes avergonzarte por ello.
Y esas últimas palabras fueron las que realmente le hicieron despertar.
Clark puso cara de circunstancia y obligándose a mantener su fachada respondió: -Estoy bien, Lois. Gracias. Es que no estoy acostumbrado a ver escenas así.
Y suspiró largamente.
Lois deambuló por la sala mirándola de arriba a abajo, como si quisiera recordar todos y cada uno de los detalles de ese almacén. Se acercó a la victima y la examinó de cerca.
-Le han sacado hasta la última gota de sangre –mencionó con espanto.
Armándose de coraje, Lois respiró profundamente y se acercó a Clark.
-Descansa, Smallville. Tú quédate ahí tranquilito mientras yo me encargo del material gráfico.
Y Clark no pudo ni contestar.
Lois sacó su cámara digital y fotografió el cadáver desde todas las posiciones posibles. Y, cuando parecía que había terminado, empezó de nuevo.
-Como me gustaría que Jimmy estuviese aquí –maldijo la periodista.
-Lois, date prisa. La policía esta al llegar.
-Relájate, Smallville. No vamos a irnos de aquí sin tener la foto de portada del Daily Planet.
-Tienes más de cincuenta para elegir. Confía en mí, alguna te servirá.
Cuando el ulular de las sirenas de policía se empezó a escuchar en las cercanías, Clark y Lois cruzaron sus miradas. Ella se arregló el traje para recibirles, guardó su cámara y se acercó al coche.
Clark solo agachó la cabeza, avergonzado.
Minutos después, la policía ya había acordonado la zona y se habían llevado a los dos periodistas para interrogarles.
-¿Eso es todo, Srta. Lane? –preguntó el agente Jones.
-Es todo.
-No se ha llevado nada de la escena del crimen ni ha fotografiado nada, ¿verdad?
-Por supuesto que no. ¿Por qué lo pregunta?
-Porque la conozco –confesó el policía.
Lois, indignada y abochornada a partes iguales, se fue de allí y dejó al agente Jones y a Clark solos.
-¿Qué ha sucedido, Kal-El? –susurró el agente de color cuando estuvieron solos.
-No lo sé. Llegué demasiado tarde –se castigó-. Pero creo que sé quién está detrás de esto.
-¿Sabes quién ha podido ser?
-Si, vampiros. Más concretamente las Tri-Psi, unas meteor freaks a las que me enfrente hace algún tiempo. Son las únicas que encajan en este modus operandi.
Entonces, un alboroto formado en las lejanías dio paso a unos gritos. Abriéndose paso entre la policía, el millonario Oliver Queen llegó hasta ellos. Su cara era puro reflejo del dolor y la agonía. Y cuando vio al cadáver, se arrodilló, derrotado y abatido, y rompió a llorar.
Clark y John Jones se acercaron a él y le levantaron.
-¿Qué ocurre, Oliver? ¿Le conocías?
-Es Max –dijo entre sollozos-. Maximus Stein. Fue mi mayordomo desde que era pequeño. Hace tres años se jubiló y se fue a Gotham, y le di el suficiente dinero para que ni sus nietos se tuviesen que preocupar jamás.
-¿Y qué hace aquí? –preguntó Jones.
-Solo había venido a visitarme. Solo eso –y se volvió a derrumbar.
-¿Sabes quién ha podido hacerle daño? –le dijo Clark.
-No, no tengo ni idea.
-Mire esto, Sr. Queen –y el agente Jones le llevó a la pintada con sangre.
Y cuando Oliver la leyó, su tornó en pura rabia contenida.
-¡Hija de puta! –gritó.
-¿Tienes alguna idea de quién ha podido hacer esto? –habló Clark.
-Claro que si. Su nombre es Belle Sunders. Una lunática que conocí anoche.
-¿Sunders? ¿Has dicho Sunders? –Clark estaba perplejo.
-Si, Sunders –continuó-. La conocí en un club y estuve con ella casi toda la noche. Cuando le dije que me marchaba tan temprano para poder estar hoy todo el día con Max, enloqueció. Empezó a decir que nadie podía pasar de ella. Que era una reina de la noche y no se qué más. Dijo que lo pagaría. Pero jamás imaginé esto.
-Tranquilízate, Oliver –le calmó Clark-. Yo me ocuparé de esto. Sé por donde empezar.
-No, Clark. De esto me encargo yo –le contestó entre dientes-. Yo no quiero justicia, quiero venganza. No me vale con encerrar a esa lunática. Quiero que sufra y que muera lentamente.
Y Clark tragó saliva.
Entendía perfectamente a Oliver, pero no podía permitirlo. Eso no era lo correcto.
Entonces, el oído de Clark captó algo casi imperceptible. Era un susurro. Casi un movimiento de labios que emitía un leve sonido. Pero lo que le dejó petrificado era lo que esa persona estaba diciendo.
-Ven, Kal-El. Conozco tu secreto y puedo ayudarte.
Nervioso, Clark se separó de toda la multitud y, cuando creyó que nadie le miraba, utilizó su super velocidad para llegar hasta esa voz.
En una habitación cercana, un hombre delgado y desgarbado le esperaba mientras miraba atentamente su reloj.
-Once segundos. ¡Fascinante! –dijo con un marcado acento inglés.
-¿Quién eres? –le preguntó con rostro serio.
El hombre se alisó su traje de chaqueta a rayas y se acercó a él. –No quiero dármelas de importante pero soy quien puede ayudarte a salvar esta ciudad.
-¿Qué sabes? ¿Qué crees que está pasando?
-No lo creo. Lo sé.
El extraño le hablaba con solemnidad y le miraba fijamente a los ojos, como si le estuviese retando.
Y de pronto, todo cambió.
Ahora su cara era pura felicidad. En su rostro brillaba una encantadora sonrisa de oreja a oreja, como la cara de un niño al descubrir una fiesta sorpresa.
-Vamos, hijo de Krypton. Hay trabajo que hacer.
-¿Quién eres? –preguntó Clark, sorprendido.
-Mi nombre es lo de menos, pero puedes llamarme El Doctor.

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